
Gustavo Cordera, Pedro Rosemblat y lo que aún no aprendimos sobre pedir perdón
El episodio entre Gustavo Cordera y Pedro Rosemblat reabrió una herida pendiente: la dificultad de asumir responsabilidades, pedir perdón con sinceridad y sostener límites sociales frente a lo inaceptable.
17 de septiembre de 2025 • 11:32

Gustavo Cordera, Pedro Rosemblat y lo que aún no aprendimos sobre pedir perdón - Créditos: Captura de pantalla
En los últimos días, Gustavo Cordera fue invitado al programa de Pedro Rosemblat. Como era de esperar, surgió el episodio de 2016: aquellas declaraciones misóginas y violentas que le valieron una condena social con enorme repercusión pública. Sin embargo, lo que sigue ausente hasta hoy es un pedido de perdón creíble, honesto y reparador.
Más allá del personaje y de la polémica mediática, este episodio nos deja varias lecciones:
1. La importancia del perdón sincero
Más allá de si en otro momento dijo “perdón”, lo cierto es que en esta entrevista Cordera eligió centrarse en cómo se sintió él, no en el daño que provocó. Habló de sí mismo en tercera persona, refiriéndose a “ese personaje que la gente le operó” y que “no le quedaba cómodo”. Esa forma de hablar es significativa: despersonaliza la responsabilidad y coloca la carga afuera, como si lo que pasó hubiera sido una ficción que le ocurrió a otro.
Pero pedir perdón no es hablar del propio malestar, sino hacerse cargo de que se dijo algo erróneo, aunque no se entienda bien qué. Es dejar de usar fórmulas vacías como “lamento si ofendí a alguien”, que plantean la ofensa como una posibilidad incierta, casi accidental, en vez de como un hecho concreto. Ojalá que también incluya una verdadera reflexión, para un cambio de parecer que no responda a la conveniencia de llenar un estadio, sino a la convicción profunda de que lo que se dijo estuvo mal.
2. La reacción social como límite histórico
En la entrevista, Cordera llegó a decir: “Nunca antes en la historia de la humanidad se vio una organización tan eficiente, coordinada y de tanta inversión para la persecución de una persona”. La frase no solo es de una grandilocuencia espectacular, sino también ofensiva. Porque si hablamos de historia de la humanidad, lo que abundan son organizaciones reales y efectivas dedicadas a silenciar a las mujeres: sistemas que durante siglos nos negaron la voz, que hace apenas unas décadas nos reconocieron el derecho al voto y que todavía hoy naturalizan desigualdades y violencias.
Lo que le pasó a él no fue una persecución organizada: dijo una barbaridad en un momento histórico en que esa barbaridad ya no podía pasar inadvertida. Vivíamos —y aún vivimos— un proceso de desnaturalización de las violencias, y su discurso quedó en evidencia. Colocar la culpa en una supuesta “organización” externa no solo es falso: también es otra forma de deslindarse de la responsabilidad. El silencio que lo rodeó después no lo produjo ninguna maquinaria: fue consecuencia de sus propias palabras.
3. El rol de los medios y de quienes entrevistan
Muchxs han dicho que no se puede criticar al periodista. Yo, por suerte, no soy periodista, así que me permito hacerlo —y espero que se lea como una crítica constructiva—.
Como oyente, me perturbó que en ningún momento Pedro Rosemblat repreguntara nada relevante sobre la falta de remordimiento de Cordera ni sobre el enorme ego que mostró en cada respuesta. Tampoco hubo una aclaración explícita de que lo que dijo en 2016 estaba mal, más allá de “ese momento histórico”. Esa omisión deja un vacío que no es menor.
Después, escuché sus disculpas como entrevistador, y me incomodaron todavía más:
Se justificó diciendo que Cordera ya había dado otras entrevistas. Pero eso no exime a nadie de la responsabilidad de hacer bien su trabajo en el momento presente.
Dijo que no podía sentir lo mismo porque “no es mujer y no le pasa en el cuerpo”. Pero además confesó que se le jugaba algo de fan.
Ahí está el gran problema: no se necesita ser mujer para sentir incomodidad frente a esas declaraciones. Cualquier varón podría —y debería— sentirse interpelado. Porque lo que Cordera dijo en 2016 no fue simpático ni gracioso, fue peligroso. Y que un entrevistador hombre no lo sienta así, que no le “hiele la piel”, me duele.
4. Lo que nos queda por aprender
Algunas personas vivimos con la esperanza (y fantasía) de que ciertos temas ya están saldados. Que en este mundo, donde las feministas no podemos “exigir” demasiado porque siempre está latente la amenaza de que se nos vuelva a silenciar, al menos haya consensos básicos. Que la violación o el abuso de menores, por ejemplo, sean líneas rojas. Pero no: se siguen relativizando, sobre todo cuando la persona que los banaliza nos resulta simpática o talentosa.
En el caso de Cordera, no se trató de una declaración aislada. Su obra ya contenía letras donde la violación o la violencia física hacia las mujeres aparecían disfrazadas de chiste, de provocación o de ritual festivo. Lo que ocurrió en 2016 fue simplemente la primera vez que la sociedad le dijo con contundencia: esto no es aceptable.
Ese es el punto: mientras no seamos capaces de sostener ese límite sin importar el carisma, el humor o el fanatismo, siempre estaremos en riesgo de relativizar lo inaceptable.
5. La sensibilidad de época y la historia de las leyes
En la entrevista, Pedro Rosemblat dice que la declaración de Cordera fue “desacoplada del sentido de época”, y el propio Cordera responde que nunca tuvo en cuenta el momento histórico.
Pero ojo: la violencia sexual no es un tema nuevo ni “desacoplado del tiempo”. Las leyes argentinas vienen evolucionando desde hace más de 100 años (1921), construyendo gradualmente la protección legal de menores y personas adultas frente a la violación. Esto demuestra que la condena social de 2016 no surgió de la nada ni de un capricho colectivo: forma parte de un proceso histórico en el que la sociedad fue reconociendo derechos.
Cordera puede llenar estadios y la música puede sonar pegadiza, pero el tiempo y la historia no perdonan lo que estuvo mal. Las palabras tienen consecuencias, y la sociedad, lentamente, aprende a no relativizar la violencia. El cambio real no viene de entrevistas ni de declaraciones vacías: viene de asumir la responsabilidad, de pedir perdón de verdad y de aprender de nuestros propios errores como sociedad.
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