
Carl Honoré y la filosofía slow: "Tenemos que recuperar el arte de simplemente ser"
Carl Honoré, periodista y abanderado del movimiento slow a nivel mundial, vino a OHLALAND para hablar de la importancia de andar más lento por la vida. Te dejamos sus claves.
22 de agosto de 2025 • 15:45
Carl Honoré es un periodista canadiense y autor del best seller "Elogio de la lentitud", escrito hace 20 años y puntapié del movimiento "slow" a nivel mundial. Carl es evangelizador de la importancia de bajar un cambio y de cómo aplicar esta filosofía en diferentes ámbitos de la vida. Hablamos con él en OHLALAND para que nos cuente cómo surgió esta inquietud en él y cuáles son las claves para andar más lento en el día a día.
-¿Cómo arranca Elogio de la lentitud, o cómo investigaste?
-Al inicio fue difícil, porque yo fui básicamente el pionero en esto. O sea, existía en aquella época el movimiento de slow food, comida lenta, ¿no? En Italia. Ciudades lentas, también. Otras cositas por ahí, pero no había ningún movimiento. De hecho, mi libro pasó a ser como el detonante, la Biblia de este movimiento, así que no sé, sentía algo por osmosis, en el aire, que había algo, que las placas tectónicas se estaban moviendo, que había un anhelo, un apetito creciente... la gente buscaba otro ritmo, no quería pasarlo en modo Correcaminos constantemente. Pero al principio no sabía por dónde empezar, así que salí como buen periodista a hacer preguntas y encontré una pista, abrí una puerta, seguí y me tardé bastante, ¿no? Ese primer libro fue un proceso largo, de cavar, de investigar, de destapar, etcétera. Pero emocionante al mismo tiempo, porque la chispa había sido una crisis existencial personal, así que escribir este libro.
-¿Primero lo descubriste en tu vida y entonces decidiste escribir un libro?
-Con frecuencia, es necesaria una "llamada de atención" o un "shock al sistema" para darnos cuenta de que hemos olvidado cómo "pisar el freno" y que la prisa nos está haciendo daño. Para muchas personas, esta llamada de atención llega en forma de enfermedad. En MI caso, ocurrió al leer cuentos a mi hijo. Yo solía hacer una lectura "dinámica y rápida", saltándome páginas, lo que resultaba en versiones de cuentos como "Blancanieves" con solo tres enanitos. Al escuchar sobre un libro de "cuentitos para dormir de un minuto", tuve una epifanía y me di cuenta de que estaba "acelerando la vida en lugar de vivirla". Esta crisis existencial personal me llevó a investigar mi propia "adicción a la prisa" y el fenómeno global de la velocidad.
-¿A nuestro cerebro le cuesta ir más lento, tenemos que hacer un esfuerzo cognitivo para ir más lento?
-En estos días sí, yo creo que en el estado natural el cerebro humano busca momentos de adrenalina, de excitación, de rapidez, pero como no somos algoritmos ni máquinas, también necesitamos momentos de serenidad, de silencio, de calma, de tranquilidad, slow. Buscamos esos momentos naturalmente, es un instinto natural. Lo que pasa es que en el mundo moderno hemos cambiado un poco la estructura, los hábitos del cerebro, así que ahora el cerebro del ciudadano promedio argentino, ponele, está empapado, saturado con esas cosas de velocidad... y cuando surge la posibilidad de desacelerar, de ir más lento, en lugar de abrazarlo con alivio, nos entra un pánico. Es como que, "¡Ay, Dios mío, lento, qué horror!".
-Es como "¿qué me estoy perdiendo?"
-Claro, se me pasa la vida... y no, al final es un despilfarro, ¿no? Porque correr por la vida es desperdiciarla. Pero estamos casi todos atrapados en esta vorágine, en este carrusel de velocidad pasando de un acto a otro. Y además con la tecnología, ahora con las redes sociales y ese bombardeo constante de distracción, de estimulación. Hasta los chicos están en lo mismo, ¿no? Y esto yo creo que en el fondo explica el boom de trastornos mentales, ¿no? Por un lado, porque estamos desconectados de los demás, de nosotros mismos... pagamos un precio muy alto por esta prisa.
-La prisa nos deshumaniza, la lentitud nos rehumaniza. Porque lo humano es lento... las relaciones humanas son lentas..
-No puedes contratar a tres mujeres para que produzcan un bebé en tres meses. Las cosas tienen su tiempo, ¿no? Y esto sobre todo en las relaciones afectivas, pero tenemos tanto apuro que hasta queremos acelerar las relaciones. Pero no podés, no sé, hacer que alguien se enamore de vos más rápidamente porque querés casarte la semana que viene... o no podés descargar una amistad de toda la vida de Amazon porque necesitás a alguien que te acompañe en un viaje de mochilero por Asia la semana que viene. Estas cosas tienen tiempo y no solamente tiempo, sino atención, presencia, dedicación y conexión. Y sacrificamos esa humanidad en el altar de la prisa en muchos casos.
-¿Creés que se puede cultivar el slow aún en las grandes ciudades?
-Estoy convencido que se puede porque yo lo he hecho, se puede hacer. Yo vivo en Londres que es una ciudad de una energía volcánica y yo no tengo prisa en Londres. No me siento apurado, ando por la ciudad, ando en bicicleta, ando a pie, a veces manejo. Tenía antes, pero cuando vos cambiás el chip y llegás a cada momento pensando, ¿cómo puedo vivir este momento plenamente?, eso te permite encontrar ese tempo justo que es un poco el núcleo de la filosofía slow, porque slow no es hacerlo todo a paso de tortuga... no soy extremista de la lentitud, me encanta la velocidad, a veces más rápido es mejor, pero no siempre. La clave del movimiento slow es buscar el ritmo adecuado, a veces rápidamente, otras veces vas como cambiando de marchas. Implica también la presencia, hacer una cosa a la vez. Pero si llegás con ese chip slow a una ciudad como Tokio, Nueva York, Buenos Aires o Londres, podés pasar por el paisaje urbano. Los demás corriendo como locos, pero vos permanecés con calma, con una tranquilidad interior.
-¿Cuáles serían las claves para cambiar el chip a slow?
-La primera es hacer menos cosas. Estamos crónicamente tratando de hacer demasiadas cosas. Si miramos el uso del tiempo, los estudios, es impresionante la cantidad de horas que tiramos por el borde, en cosas que son triviales, frívolas... y en una semana ni te vas a acordar de esas cosas. Nadie se encuentra en su lecho de muerte mirando hacia atrás y diciéndose, "Ojalá hubiera pasado más tiempo en la oficina", o en las redes sociales. Pero son las dos cosas que chupan, que absorben, se tragan la gran mayoría del tiempo. Obviamente tenemos que pasar tiempo en la oficina. Y no es tampoco el fin del mundo pasar tiempo en las redes sociales, pero es una cuestión de buscar un equilibrio. De saber, "yo laburo hasta tal punto". Y punto. Parar. Es capaz un buen momento para citar al gran filósofo argentino, Alejandro Fantino: "¡Pará, pará, pará!". Está bien mirar las redes sociales, pero en algún momento ¡cortá, boludo, pará y andá a hacer otra cosa! O simplemente no hacer absolutamente nada. Porque nos hemos convertido en haceres humanos, en lugar de seres humanos. Tenemos que recuperar el arte de ser y de estar, en lugar de estar constantemente tratando de hacer una cosa más o hacer malabares con cuatro cosas a la vez... y salir de ese carrusel de locura. Así que hacer menos es una primera clave...
-¿Y creés que esto de ir lento es para todos? O sea, ¿todos se pueden permitir ir lento?, o de repente por ahí, por una cosa de necesidad, de tener dos, tres trabajos en algunos casos... hay gente que por ahí no se puede permitir esto de ir más despacio.
-Todo es más fácil cuando vos tenés plata. Esto está clarísimo, ¿no? Pero esto no significa que lo lento, que la lentitud, el slow, sea un lujo para los ricos... para nada. Porque en el fondo es el uso del tiempo. Aunque, obviamente, una vida en la cual vos tenés tres trabajos es agobiante, es difícil... pero en general, no estarías trabajando las 24 horas, te quedarán por lo menos algunas horas que vos dominás y controlás, y en esas horas mucha gente usa ese tiempo mal. Si miramos los estudios de uso de tiempo, la cantidad de horas que dedicamos a las redes sociales, a la pantalla, es espantosa, ¿no? Y eso está al alcance de todos, decir "no, yo no voy a mirar", o "lo miro un cuarto de hora y luego recupero 45 minutos para darle un paseo al perro o para sentarme en un sofá y reflexionar sobre mi vida", o leer un cuento o hacer el amor con mi pareja. Así que yo creo que sí. Yo viajo por el mundo y trabajo en muchos proyectos conectados con el movimiento slow, y veo los efectos y veo que incluso en las poblaciones más marginales, logran incorporar algo de este movimiento para mejorar sus vidas y para rehumanizarse.
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